El ave fénix traía tigres y tigresas bajo sus enormes alas, que me cobijaban. Tras cruzarse en mi camino y con el vuelo sin retorno del ave, supieron jugar a ser los mejores, como antes y durante, aunque fuera un extraño. A pesar de su innegable y sana compañía, e incluso con la mente aparentemente asentada, el reencuentro total no fue del todo beneficioso. Ellos necesitaban las enormes alas para cerrar el círculo de mi normalidad, la cual no encontré en aquellos momentos.
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